La profesora Mariel Ciafardo, Decana de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Nacional de La Plata, discutió con Las Patas en la Fuente sobre la Ley de Educación Superior, la autonomía universitaria, la extensión de la matrícula, la promoción de la retención, los desafíos institucionales para seguir mejorando la calidad educativa y la necesidad de un sistema de investigación en sintonía con los objetivos nacionales.
Por Manuela Hoya
– ¿Cómo caracterizás a la política educativa de los últimos diez años, durante los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández?
– Los últimos diez años fueron muy importantes para la educación en Argentina y esto se ha materializado en leyes. La más importante fue la definición de la obligatoriedad del nivel secundario que ha redundado, junto con otras políticas orientadas específicamente a la universidad, en un aumento de la matrícula. Pasarán muchos años hasta que se pueda medir el impacto, tal como sucedió en el siglo XIX con la educación primaria obligatoria. Cuando sancionan leyes de estas características, se expresa un deseo de ampliación que es acompañado de medidas concretas tendientes a efectivizar este objetivo. Me parece que es muy importante haberlo establecido con fuerza de ley, porque logra que sea más estable en términos históricos, sociales y culturales. No todos los partidos políticos tienen esta voluntad de inclusión y extensión de derechos. Esta medida trae todo tipo de problemas a quienes gestionamos: nos van a faltar aulas, cargos y edificios en los niveles educativos obligatorios. Pero eso es parte de una crisis de crecimiento y tendremos que ver cómo transitamos de un estado de situación a otro. Vamos a tener que ser muy creativos para dar una respuesta a esta explosión de las matriculas, en mi caso desde la universidad.
– De las políticas universitarias de los últimos años ¿cuáles te parecen más relevantes?
– Las políticas del kirchnerismo dirigidas al nivel superior son visibles. En primer lugar, el aumento presupuestario que se verifica en acciones concretas como el impresionante crecimiento del salario docente y no docente, después de la década menemista en la que estaban congelados. Esa recuperación de las remuneraciones se conjuga con el incremento de cargos y dedicaciones docentes. Por otro lado, la enorme inversión en infraestructura y en subsidios para equipamiento. Basta con recorrer cualquier universidad para verlo. Además, se han creado universidades nacionales distribuidas con una lógica nacional en el conurbano y en muchas provincias, evitando que muchos jóvenes tengan que trasladarse de sus lugares para poder acceder al nivel superior. También hay que considerar otras cuestiones, más del orden de lo simbólico o de lo ideológico, que son más difíciles de contrastar en términos de materialización.
– Y respecto a la vigencia de la Ley de Educación Superior (LES) ¿te parece necesaria una reformulación?
– Yo creo que la modificación de la LES es urgente. En primer lugar, porque sigue habilitando la restricción del ingreso en las universidades nacionales. En La Plata tenemos el ejemplo de la Facultad de Medicina que, a pesar de que nuestro estatuto reformado en el 2008 expresa claramente esta voluntad de no restringir el ingreso, la ley sigue amparando este tipo de decisiones. Hay muchas universidades en el país que continúan con una política restrictiva y por eso que me parece un punto central. Por otro lado, hay que revisar los canales de acreditación de las carreras de grado y posgrado donde tenemos serios problemas. Es necesario reconsiderar los estándares que se les exigen a las facultades, qué es lo que se pondera, los perfiles, los modos de evaluación y hasta los formularios. Yo soy muy crítica con la Comisión Nacional de Acreditación y Evaluación (CONEAU) y sostengo que hay que trabajar mucho para alcanzar consensos superadores que nos permitan tener un proyecto común, trascendiendo la pertenencia política. Esto es fundamental para toda la universidad y hay que tomarlo con mucha seriedad. Por ejemplo, esto impactó negativamente en muchas facultades como la mía, ya que el arte no siempre encaja en los viejos esquemas que la corporación científica se niega a modificar.
– Y respecto de la autonomía universitaria, ¿cómo te posicionas en ese debate?
– Soy de las que piensan que el Estado tiene que evaluar a la universidad. No creo en la autonomía total. Las universidades son financiadas por el Estado y éste debe evaluarlas en todos los sentidos. También me parece que es un concepto que cada quien rellena como quiere. Sirvió de paraguas para que la universidad flote por encima de los contextos históricos y culturales. Pero también sirve, por ejemplo, para que la policía no pueda ingresar a los edificios del nivel superior. Entonces, habría que repensar cuál es el alcance y con qué contenido se la dota.
– De aquí en adelante ¿cuáles son las deudas pendientes y los desafíos que identificás para el trabajo futuro en materia educativa?
– Yo creo que una deuda la tenemos nosotros, los que estamos en la universidad, porque el gobierno es muy activo en la promoción de becas y subsidios, con distintas políticas que hacen que cada vez más jóvenes ingresen a la facultad. Pero es ahí mismo donde tenemos que trabajar para atacar la deserción en primer año, fundamentalmente. En nuestro caso, que hemos duplicado la matrícula de ingreso en tres años, tenemos dificultades para retenerlos en el ingreso, en el tránsito y en el egreso. Si bien vamos mejorando las tasas de retención, creo que tenemos que desarrollar estrategias que trasciendan lo económico. Si bien para retener la matrícula es muy importante contar con más cargos docentes y así mejorar la relación docente-alumno, también creo que los profesores debemos revisar nuestra práctica concreta en el aula para poder sortear esta dificultad con éxito. Lo cierto es que todo aquel que transita por la universidad, cambia. Aún aquellos que están uno o dos años, incluso menos tiempo. Ese pasaje, aunque breve, nunca puede ser entendido como un gasto. Al contrario, es una inversión del Estado porque esos jóvenes son otros, nosotros y la sociedad también. Lo digo porque hay que detectar las razones institucionales de aquella deserción. Aquellos que se equivocaron de carrera, que deciden hacer otra cosa de su vida, eso es un derecho de cada quien. Pero a nosotros, como institución, nos interesa saber si estamos haciendo bien las cosas o no.
-Anteriormente comentabas el importante aumento de la matrícula universitaria ¿cómo pensás la relación entre masividad y calidad?
– Pienso que no hay una relación negativa y que cualquier profesor que da clases en una facultad masiva, sabe que esto es así. Lo que hace falta son docentes con ganas de enseñar y alumnos con ganas de aprender. Si está esto asegurado, lo demás es bienvenido para sumar. En ese sentido, considero que la idea de que el crecimiento del número de estudiantes va en detrimento de la calidad educativa es una frase hecha, un cliché sin fundamentos, que esconde el supuesto de que hay alumnos que vienen bien preparados para el tránsito universitario y alumnos que no. Esto no es así de ninguna manera: cualquier alumno que egresó de la escuela secundaria tiene todo lo necesario, si se esfuerza y estudia. Y esto lo saben los profesores de primer año. Uno se cansa de ver alumnos que vienen con muchas herramientas, que aprueban, pero que no han modificado demasiado el nivel con el que ingresaron. Mientras que muchas veces, se ven alumnos que han llegado con menos herramientas y que con esfuerzo, con dedicación y con estudio pegan un salto cualitativo y siguen su carrera como los demás.
– Y en relación con la diversificación de las ofertas universitarias, con la creación de universidades con novedosos perfiles ¿creés que esto ha llegado a trastocar las representaciones sociales que hay sobre la universidad?
– Es difícil precisarlo, pero me imagino que la apertura de estas universidades y el acceso de tantos jóvenes han generado un gran cambio en las familias con universitarios. Seguramente ha impactado hasta en los vecinos y amigos. En muchas de las universidades del conurbano han ingresado jóvenes que son la primera generación de estudiantes universitarios y no dudo de que esto haya generado una serie de transformaciones. Ya están en la universidad y por lo menos en su entorno inmediato eso incide. Seguramente en un futuro, tenga un impacto en las representaciones sociales sobre la universidad. Y justamente por esta ampliación del acceso al nivel superior, tenemos que seguir trabajando para sostener el ingreso y reducir la tasa de deserción.
– El kirchnerismo creó el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva ¿qué percepción tenés de esto y qué políticas en materia de ciencia y tecnología te parecen más relevantes?
– Sobre este punto, como en otros que mencionamos anteriormente, me parece que un gran impulso tuvo que ver con el crecimiento presupuestario en ciencia y técnica: el aumento en la cantidad de becas, en la cantidad de subsidios, el aumento de investigadores en todo el país, los científicos re patriados. Allí hay una política concreta de generación de conocimiento al interior de la Nación. Luego, creo que hay que seguir revisando desde qué marco: ¿investigar para qué?, ¿para quién?, ¿cómo? y ¿qué se hace con los resultados? El sistema científico sigue siendo “papermaníaco”: nos empuja a los investigadores a seguir pensando en los resultados de la investigación en términos de desarrollo de papers para ser presentados en congresos. Si consideramos que la investigación debe servir para mejorar la vida del pueblo argentino, hay que repensar ese circuito. Y los que investigamos sobre el arte, no somos los únicos que reclamamos esto. Me consta que los ingenieros también lo hacen.
Asimismo, no sólo se impulsan algunas disciplinas más que otras, sino que se promueve una estrategia específica respecto del resultado del estudio, para qué investigas y cómo concebís ese conocimiento. De hecho, cualquiera que quiera completar el SIGEVA se da cuenta del valor que tienen los papers. Y digo más, hay una cuestión simbólica: un artículo que fue publicado en el exterior tiene más valor que uno que fue publicado en el país. Así, vale más lo internacional que lo nacional. ¿Esto qué quiere decir? Si uno está abocado a detectar problemas que tiene nuestra sociedad, nuestra industria, nuestro sistema productivo, no tiene ningún sentido irse al exterior a presentar un paper. Lo que tiene sentido es conectarse con esa comunidad, con esa PYME, con lo que uno investiga e ir localmente a transferir los resultados, para luego pensar en la difusión. Además, no todos los resultados de una investigación requieren de un paper científico. En última instancia, esto puede llegar a ser un eslabón más de la cadena y no el primero. Ahí los investigadores nos sentimos muy tensionados, porque hay que jugar ese juego y andamos todos corriendo, escribiendo ponencias, de congreso en congreso, cuando quizás no tiene ningún sentido a los fines de la investigación que estamos haciendo.
Por otro lado, está muy devaluada la actividad docente. El sistema de investigación más difundido es el programa de incentivos, que de hecho se llama Programa de Incentivos al Docente-Investigador. Sin embargo, la producción en docencia no aparece como una solapa que pueda ser completada en el SIGEVA. Aparece como “Otras producciones” y esto quiere decir algo. Ahí también tenemos que trabajar mucho porque entramos en contradicción: desde el Gobierno Nacional se incentivan algunas líneas de investigación, pero el sistema va por la línea contraria. Hay que volver a pensar, en términos generales, todo el sistema.
– ¿Y cómo valorás al sistema de becas del CONICET?
– Bueno, pertenece a este sistema y, por ende, responde a la misma lógica. Además, es bastante liberal, en tanto que cada quien investiga lo que le parece. Creo que las instituciones, en este caso la universidad, tienen que tener injerencia en el diseño de líneas prioritarias de investigación. Esto no existe y todo se vuelve bastante liberal. Por otro lado, me parece que el sistema de becas está muy unido a la formación de posgrado. No me parece que esté mal, pero el título que acredita es el título de grado. Esto no sólo es mi punto de vista, sino que funciona así cuando vas a anotarte en un listado para dar clases o para trabajar en cualquier otra cosa: siempre lo que te piden es el título de grado. Pienso que hace muchos años que en la universidad está sobrevaluado el posgrado. Por supuesto que son vías por las cuales un docente se capacita, se perfecciona, pero en tanto esa formación posterior a la base, que es el grado, no esté orientada por ciertas líneas prioritarias, se pierde mucha energía en cuestiones que después no redundan al interior de las facultades ni en el exterior.
Otra cosa que pasa con los becarios es que después muchos de ellos no se reinsertan en las instituciones, con lo cual se forman durante muchos años, se doctoran y se van. No sabemos si para hacer algo vinculado con lo que han estudiado y sobre lo que se han perfeccionado o no, pero se van. Esto también habría que repensarlo y a la vez, tendría que ir de la mano de las líneas prioritarias. Porque si ese becario fue formado durante tres, cuatro años en algo que es de su propio interés y nada más, es muy difícil para la institución reinsertarlo si trabaja otras líneas de intervención y de formación. Está todo bastante desordenado y es un tema complejo para acomodar. Sumado a que muchas veces los evaluadores, evalúan también desde esa especie de esfera que flota en el éter. Entonces, hay que preguntarse qué se evalúa: ¿el proyecto?, ¿su importancia?, ¿el promedio del estudiante?, ¿el currículum del director? Y a su vez los directores en general son evaluadores. Entonces cuando uno revisa la lista de los que ganan las becas, más o menos, siempre son los mismos directores. Para aquellos que recientemente se han categorizado, es muy difícil que su becario gane. Hay cierta perversión que es muy negativa.
– Por último ¿pensás que este esquema científico-universitario genera una tensión entre el modelo tecnológico y las carreras artísticas y humanistas?
– Esa tensión persiste y persiste por la misma razón. Si no se modifica desde el hueso, si no repensamos qué sistema científico tecnológico queremos, más bien que las ciencias sociales, las humanidades van a estar en los márgenes y el arte ni te digo. Hay un cierto discurso tecnológico que a mí me preocupa, como si la tecnología fuera algo en sí. Para mí, la técnica y la tecnología vienen después de saber para qué uno las va a emplear. No hay tecnología en sí, ni en el arte ni en las ciencias más duras. Cuando Cristina se presentaba para la reelección, Alicia Kirchner organizó una reunión con decanos y rectores de las universidades nacionales que apoyaban la reelección. Fue a la primera que yo le escuché decir “nosotros necesitamos de ustedes que piensen el modelo, que escriban sobre el modelo, que haya marco teórico del modelo”. Me di cuenta que ella estaba viendo que hacía falta, por supuesto, ciencia, tecnología, investigación en lo que se promueve. Pero también necesitamos pensar teóricamente y esto es una tarea de las ciencias sociales, una tarea del campo cultural, una tarea del arte. Y es fundamental, pero falta ver que no se puede pensar la ciencia por separado de cómo uno piensa la patria. En tanto esto se siga pensando por separado va a ser complicado orientar los recursos económicos que se destinan a esos fines.
¿Cuánto le cuesta a un investigador de las ciencias sociales y más del campo del arte ingresar al CONICET? Esos sistemas y esos núcleos prioritarios no están pensados. En ese sentido, es muy interesante el viraje que ha impulsado el sistema de Voluntariados Universitarios, muchos de los cuales están orientados a cuestiones muy específicas. El que incumbe a la Facultad de Bellas Artes apunta al desarrollo del diseño vinculado al desarrollo productivo. En este caso, es un grupo de estudiantes, conducidos por docentes para generar productos de diseño que impacten en el sistema productivo. Y el premio es la financiación del prototipo. Un grave problema que tienen los diseñadores, sobre todo los industriales, es que se quedan al nivel de la maqueta porque el prototipo es muy caro. Pero acá lo interesante es que no es cualquier producto, ya que se establecen líneas prioritarias, objetivos específicos y una transferencia que impacta positivamente en el ámbito de la producción. Todo esto está en relación con la política de desarrollo económico del Gobierno Nacional; es muy coherente este voluntariado. Realmente es muy auspicioso que se impulsen estas cuestiones desde la Secretaría de Políticas Universitarias del Ministerio de Educación de la Nación. Me parece que hay un germen de ideas superadoras. Habrá que ver si esto, que es más de extensión, puede ir penetrando a ciencia y técnica, abriendo otros caminos y mostrando resultados. Este debería ser el modo de pensar la investigación. Cuando uno tiene un objetivo político muy concreto, lo demás debería adecuarse a ese objetivo planteado. Por eso no se puede creer que no sea ponderada la producción en docencia, porque si es un objetivo político mejorar la calidad de la enseñanza en todos los niveles del sistema educativo, deberíamos promover que la universidad investigue en esa línea. El rol del nivel superior no es quejarse de cómo vienen los estudiantes de la secundaria, sino que deberíamos estar investigando con mucha fuerza cómo mejorar la calidad de la enseñanza. Ese es un objetivo político del Gobierno Nacional que destina los fondos para la investigación universitaria.
Edición y corrección: Lorena Vergani, Manuela Belinche Montequín y Nicolás Dip / Diseño y diagramación: Pablo Tesone / Fotografía: Josefina Hernalz Boland